21 mar 2013

Entre el suicidio y la libertad

Reseñas

COMUNICA
Revista Latinoamericana de Comunicación Social
Universidad Católica Cecilio Acosta
Vol. II n°1

Lilia Boscán de Lombardi

La novela Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, es un relato irónico y escrito con humor sobre la sociedad japonesa, simbolizada —en la novela— por la compañía Yumimoto. Es una sociedad jerárquica y rígida, en la que la libertad existe teóricamente porque, en la práctica, lo que importa es alcanzar el éxito en medio de una competencia abrumadora y desquiciante. Es una sociedad sin pausa donde el único valor parece ser el cumplimiento en el trabajo, cuidar el empleo, aprovechar al máximo el tiempo para garantizar las ganancias de la empresa. De la misma manera, la comunicación entre las personas
también es difícil y todo se reduce a un pequeño intercambio de palabras que no significan la existencia de una relación amistosa sino que es expresión, solamente, de la más elemental cortesía.

Lo que predomina en el relato son las relaciones de subordinación al jefe inmediato con menoscabo de la dignidad humana. La obediencia tiene que ser total y la posibilidad de disentir es impensable. No hay derecho a opinar y los maltratos y las humillaciones que recibe la protagonista, Amélie-San, de parte de sus jefes, en especial de su jefe inmediato, Mori Fubuki, son intolerables. Sin embargo, ella resiste ateniéndose al código de honor japonés y pasa el largo periodo de un año recibiendo insultos y maltratos denigrantes que concluyen en la última tarea que le asignaron: limpiadora y cuidadora de los servicios sanitarios masculinos y femeninos. Paradójicamente, y ahí radica la fuerza de la ironía, es menos esclava que otros en la empresa, a pesar de su trabajo degradante, porque puede soñar, puede pensar, puede ser libre. El mejor símbolo para expresar esta liberación es una ventana: «la ventana era la frontera entre la terrible luz y la admirable oscuridad, entre los retretes y el infinito, entre lo higiénico y lo imposible de lavar, entre la cadena del wáter y el cielo. Mientras existieran ventanas, el más débil de los humanos tendría su libertad» (p. 142).

Amélie Nothomb, aunque proviene de una familia de Bruselas, nació, se crió y pasó la adolescencia en Japón. Fue intérprete en Tokio, y de su experiencia vital surge esta visión descarnada y crítica de la sociedad japonesa que no difiere de otras sociedades desarrolladas en las que la deshumanización y la incomunicación son las características más resaltantes. La alienación por el trabajo y por el éxito, la competencia, el miedo al fracaso, generan una angustia y un desequilibrio psicológico que provoca un alto índice de suicidios.

La autora, en su visión crítica, revela los males de una sociedad donde la gente actúa y vive en una alienación permanente y en una rutina empobrecedora: «¿Y, fuera de la empresa, qué les esperaba a aquellos contables de cerebro lavado por los números? La cerveza obligatoria con colegas tan trepanados como ellos, horas de metro abarrotado, una esposa que ya duerme, el sueño que te aspira como el desagüe de un lavabo que se vacía, las escasas vacaciones en las que nadie sabe qué hacer: nada que merezca el nombre de vida.

Y lo peor es pensar que a escala mundial esta gente son privilegiados».

Desde el inicio, la novela nos plantea situaciones absurdas que nos hacen recordar inmediatamente los relatos de Kafka. Redactar una carta con un contenido banal como es la aceptación de una invitación a jugar golf se convierte en una tarea imposible de cumplir porque la carta es rechazada y destruida once veces. Igualmente ser empleada en una empresa sin saber cuál es la tarea que tiene que hacer es absolutamente absurdo o darle «retos» que no tienen ningún sentido hasta el punto «que los días transcurrían y yo seguía sin servir para nada» (p. 125).

Es un relato realista en el que la protagonista no cesa de recibir desprecios y maltratos por parte de sus jefes con excepción del Presidente, el señor Haneda, y el señor Tenshi, que confían en su capacidad y en su inteligencia. El desprecio mayor lo recibe de su jefa inmediata, Mori Fubuki, el mejor ejemplo de la empleada súper eficiente y perfecta, la que necesita cualquier empresa japonesa. La percepción que tiene la autora de la mujer en Japón es terrible. Sujeta a normas de comportamiento social, la mujer debe ser irreprochable y aceptar vivir de acuerdo al modelo que se ha fijado para ella, ser casi un robot,
sin derecho a ser y a vivir en libertad: “No aspires a disfrutar porque tu placer te destruirá. No aspires a enamorarte porque no mereces que nadie se enamore de ti: los que te amarían te amarían por tu apariencia, nunca por lo que eres. No esperes que la vida te dé algo, porque cada año que pase te quitará algo. Ni siquiera apires a una cosa tan sencilla como alcanzar la tranquilidad, porque no tienes ningún motivo para estar tranquila.

Aspira a trabajar. Teniendo en cuenta tu sexo, existen pocas posibilidades de que puedas labrarte una buena educación, pero aspira a servir a tu empresa» (p. 73).

El descenso gradual a los infiernos contrasta, al final, con el nuevo nacimiento a través de la literatura. Sale del sótano a la luz por la palabra liberadora. Sólo con la palabra «Felicidades», escrita por Mori Fubuki, se siente reivindicada porque significa el reconocimiento a su trabajo de escritora y a su condición de mujer libre e inteligente.

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